Donde el encuentro y la casualidad chocan, felices, para vivir un nuevo acontecer

El hijo.


Mientras los llantos explotaban me tocó resumirte en un nombre, para más tarde dejar mi tintero azul deslizar debutante hacia esos archivos de estela suave. Se observó, hacia los pasillos, un río que golpeaba sonoramente a unas piedras, que solo por su órdago fluido lo situaba frágil. Eran los últimos pasos, tensiones comunes, naturales, pensé. Ante eso, seguimos, sin vacilar nervioso.

Al poco suspirar vi tu cuerpo tierno, pequeño, protegido por un esmalte innato, ínclito. Dilatabas tu ser cuando nuestros pálpitos calaban vehementes. De pronto, ya pude imaginar el reglero donde escribiría a futuro esta singular testimonial.

Garante de esperanza al horizonte, luego te arrimaban hacia la aislación y la seguridad que el cobijo actual brindaba. Ahí descuidé todo y dibujé el tiempo venidero: sudor, esfuerzo, supervivencia a los naufragios, corresponder el calor, escalar lo adverso o pilotear en milicias, en instituciones, en dichos superiores. Pero antes de salir a la recepción, de divulgar tu sonrisa, me calmó el músculo el verte vivir en los brazos de Isabel. 


Incidental.


Correspondería esto al quinto día de junio.

Una desgarrada hoja que solía dormir en su hábitat, se desenganchó del privado cuaderno de notas de Aurora. Esta cayó suave y blanca, una forma muy dispar, tomando en cuenta el fondo de alma juvenil con el cual se afamó entre todas las páginas, haciendo de esta manera su existencia evidente en el suelo del corredor colegial. La única alarmada por el suceso fue Valentina, su compañera de salón, ella fue quién recogió el papel luego de un breve oreo amenazante. Concurrido eso, acabó la escena cuando el timbre descargó un chirrido y las clases reanudaban.

Mientras los minutos parecían estar atorados en las fronteras del reloj Valentina, viendo la distancia con respecto al banco de la profesora como una apremiante franquicia, sació su curiosidad silente para infringir la seguridad del apunte, echándose un clavado hacia su contenido, descubriendo entre imprentas señaléticas, que Aurora había falsificado un permiso de salida anticipado, para luego deslizarse sobre un portón grande, en calle Natalino. Siendo ya testigo de este antecedente, se propuso a elaborar un diagrama corroborando las ligas sospechosas del lugar en cuestión, refutando la teoría de que la niña callada que gozaba tocando la guitarra fuera hacia la dirección de lo apacible.

De acuerdo a sus mentales conclusiones, sostuvo una conversación con el profesor de historia, cuya confianza componía irresistible un erradicado a las barreras asimétricas de los oradores. Acusaba la improvisada detective de que todo era una gazapa y que tal vez caiga, como el pichón libre, en manos que no harán más que aprisionarla. Su pedagogo confidente quiso resolver esto de manera clandestina, imaginándose también lo peor, aunque pensando en lo provechoso y viable que sería atrapar a los malosos en una actitud irrevocable.

Habiendo tildado de incomprensible el destino próximo de Aurora, el compuesto hombre se retiró minutos antes del colegio, con la esperanza de enredarse en los pasos de la pequeña, viéndose primero envuelto en la calle. Transcurrido el recorrido, secciones enteras de pavimentos tensos, se produjo la vista que hace unos instantes se lograba figurar. Todo esto, con ella unos pasos más adelante, como guía visible de objetos dudosos.

En el lugar de encuentro, la reja se abrió, y se dejó deslizar sobre ella una mano dotada en años, hecha mujer. Una cana hembra fraguó un saludo, que fue correspondido de manera simple. La niña entró, dándole un sabor desgraciado al maestro sigiloso, expectante y encubierto. Conforme a la pauta actual, desgastó nuevamente sus zapatos para arrastrarse hacia la ventana y destapar todo el misticismo pronosticado por Valentina, la buena amiga según ella misma.

Nunca terminará de contar esta anécdota el profesor ya que, luego de que su ojo vigía se convirtiera en detector sincero, se le devolvió la sorpresa pero de una forma magna. Aurora solo cooperaba con la pobre rutina de su padre enfermo, postrado en el sillón de la esquina. Le daba la comida en su seca boca, esperaba a que ingiriera el alimento en cuestión. Todo lo que una vez se propuso era pasar algunos minutos, con el señor el cual forjó su vida, mientras su madre le daba la cruel paga del engaño, tal como una vez cantó Aurora al lado de su instrumento.

El infortunio tiene efectos nada moderados, operados en garra dramática, planteando la fragilidad como apunte principal. Al oír el eco de las cuerdas chocando por las paredes de esa, su otra morada, algo se rompió dentro de su guardaespaldas de turno. No soportando más, este corrió hasta la plaza más cercana, donde se encontró con una vieja cicatriz fragmentaria, sintiéndose así, con otra herida incidental, derramando gotas cristalinas por el camino, como para no olvidar.


Novato.


Mostraste tu cuerpo y rostro frente a mí, regalándome, y regalándole al círculo de conversación, una de tus tantas ocurrencias calurosas, las mismas que se hacen por cortesía, para agradar y hacer cuajar las ideas de otras y variadas intromisiones simpáticas. Nada mal, ya que derivó a que se produjera libertad para confiarte una artillería de risas actorales o risueñas. Luego recibimos el llamado de la junta y nos fuimos… animadamente, caminando.

Durante el paseo concluimos dentro de todo, que lo mejor era cruzar la puerta principal, dejando así que no se atochara, en una paralela esquina de nuestro rincón de estudio, la vía de salida usada por emergencia. Recuerdo que nos acercábamos a ella, y pusiste tu mano izquierda en el picaporte. Un muestreo de tus dientes alineados diste, un tanto gastados por el cigarro eso sí. Yo, postergado, simulando homogeneidad al grupo, no reculaba y debía de seguir hasta nuestro lugar, a las entrañas de la sala de recepción.

Vigilaba tu forma de trabajar, la cual me sacaba de quicio. Suponías, a cuánto tiempo ya de ocupar tu silla, que debías de archivar un expediente donde no había formulario alguno, y enviárselo a alguien despedido hacia ya un mes. Pero tu inoperante actuar se contrarrestaba con tu hablar, a estas instancias, gatillado por el divertimento. Sin duda el escudo perfecto, que ocultaba tu ignorancia aunque no tus músculos de superación.

Rojas iras se dibujaron en la frente del jefe, y créeme, si pudiera haber abierto el cielo con sus manos, buscando una explicación contundente, lo habrías visto. Se encontró ahí con que tu maleta repletaba ya tu escritorio recién habilitado, y con esto te encontrabas inserto en el laborioso mundo, su mundo además. Él pensó en ese momento en una objeción olvidada: capacitación.

Transando a lo que comentó el patrón, fue como llegué a conocerte a fondo, haciendo hincapié en tus orígenes, después de que ingresarás a mi despacho. Maquinabas una excavadora antes de presentarte aquí, y una reducción de personal terminó por eyectarte hasta mi oficina. Verdaderamente, eras nuevo en estas lides, y tu famosa habilidad parlanchina aquí, conmigo, no pudo salvaguardarte. Algo que se queda en mi mente en retención: no fuiste de mi agrado. Trataste de buscarme un lado positivo, como si fuera una pila, y te topaste con mi faceta más rigurosa.

Al término de la entrevista, ya cuando todo se me fue develado, nos hicimos presentes en el salón de nuestro superior en funciones, Rigoberto Ariezo. Se agolparon los curiosos (tus amigos). Dependía de mi veredicto tu estadía y tu solidez en tus futuros proyectos. A pesar de todo, abogué por ti, es cierto. Y la oportunidad tuvo tu nombre, nuevamente quizás.

Te prestaste a terminar mi discurso, y no fue tan aislado tu “no se preocupe, señor, la próxima vez lo haré mejor”. Íbamos bien, de hecho, me refugié en la ventana con vista a un edificio en construcción, pero mi oreja desvió su andar y dijiste una de tus muchas humoradas, y ahí mi detector visual pudo evidenciar de que tenías una sonrisa extraña, una triste y caída, bastante traumática. No hallaba explicación a eso, y era tarde para haberlo pauteado como pregunta.

A esas alturas, ya no era una llama ardiente, sino un odio intenso el que sentía por ti. No obstante, había lástima por tu manchada cara. No miento, detesto tus nefastos chistes, rebuscados para no crear tiempo muerto, para poder seguir siendo el intelectual navegante de ideas, pero tus aislados gestos hacen que dude hasta de mis pensamientos inmóviles. Solo recuerda que te tengo vigilado José, ten en cuenta eso, y averiguaré tu verdad, lo juro.

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