Correspondería esto al quinto día de junio.
Una desgarrada hoja que solía dormir en su hábitat, se
desenganchó del privado cuaderno de notas de Aurora. Esta cayó suave y blanca,
una forma muy dispar, tomando en cuenta el fondo de alma juvenil con el cual se
afamó entre todas las páginas, haciendo de esta manera su existencia evidente en
el suelo del corredor colegial. La única alarmada por el suceso fue Valentina,
su compañera de salón, ella fue quién recogió el papel luego de un breve oreo
amenazante. Concurrido eso, acabó la escena cuando el timbre descargó un
chirrido y las clases reanudaban.
Mientras los minutos parecían estar atorados en las fronteras
del reloj Valentina, viendo la distancia con respecto al banco de la profesora
como una apremiante franquicia, sació su
curiosidad silente para infringir la seguridad del apunte, echándose un clavado
hacia su contenido, descubriendo entre imprentas señaléticas, que Aurora había
falsificado un permiso de salida anticipado, para luego deslizarse sobre un
portón grande, en calle Natalino. Siendo ya testigo de este antecedente, se
propuso a elaborar un diagrama corroborando las ligas sospechosas del lugar en
cuestión, refutando la teoría de que la niña callada que gozaba tocando la
guitarra fuera hacia la dirección de lo apacible.
De acuerdo a sus mentales conclusiones, sostuvo una
conversación con el profesor de historia, cuya confianza componía irresistible
un erradicado a las barreras asimétricas de los oradores. Acusaba la
improvisada detective de que todo era una gazapa y que tal vez caiga, como el
pichón libre, en manos que no harán más que aprisionarla. Su pedagogo confidente
quiso resolver esto de manera clandestina, imaginándose también lo peor, aunque
pensando en lo provechoso y viable que sería atrapar a los malosos en una
actitud irrevocable.
Habiendo tildado de incomprensible el destino próximo de
Aurora, el compuesto hombre se retiró minutos antes del colegio, con la
esperanza de enredarse en los pasos de la pequeña, viéndose primero envuelto en
la calle. Transcurrido el recorrido, secciones enteras de pavimentos tensos, se
produjo la vista que hace unos instantes se lograba figurar. Todo esto, con
ella unos pasos más adelante, como guía visible de objetos dudosos.
En el lugar de encuentro, la reja se abrió, y se dejó
deslizar sobre ella una mano dotada en años, hecha mujer. Una cana hembra
fraguó un saludo, que fue correspondido de manera simple. La niña entró,
dándole un sabor desgraciado al maestro sigiloso, expectante y encubierto. Conforme
a la pauta actual, desgastó nuevamente sus zapatos para arrastrarse hacia la
ventana y destapar todo el misticismo pronosticado por Valentina, la buena
amiga según ella misma.
Nunca terminará de contar esta anécdota el profesor ya
que, luego de que su ojo vigía se convirtiera en detector sincero, se le
devolvió la sorpresa pero de una forma magna. Aurora solo cooperaba con la pobre
rutina de su padre enfermo, postrado en el sillón de la esquina. Le daba la
comida en su seca boca, esperaba a que ingiriera el alimento en cuestión. Todo
lo que una vez se propuso era pasar algunos minutos, con el señor el cual forjó
su vida, mientras su madre le daba la cruel paga del engaño, tal como una vez
cantó Aurora al lado de su instrumento.
El infortunio tiene efectos nada moderados, operados en
garra dramática, planteando la fragilidad como apunte principal. Al oír el eco
de las cuerdas chocando por las paredes de esa, su otra morada, algo se rompió
dentro de su guardaespaldas de turno. No soportando más, este corrió hasta la plaza
más cercana, donde se encontró con una vieja cicatriz fragmentaria, sintiéndose
así, con otra herida incidental, derramando gotas cristalinas por el camino,
como para no olvidar.