Juro decir la verdad y nada
más que la verdad. Dicho esto le paso a relatar, señor juez.
Caminar siempre ha sido lo
mío. Desde tiempos más jóvenes que el mundo conoce mis pies en aventura. Por lo
tanto, no era novedad que llegara hasta mi puesto de trabajo, la bomba de
bencina, usando mi cualidad. Recuerdo que estaba soleado.
Pretendía que fuera una
jornada ordinaria, yo no planifiqué nada. Realmente pasó. ¿Qué iba a hacer?
¿Qué tal si le hubiera ocurrido a usted? ¿Sabe qué? Es lo que me gustaría ver,
porque parece que desde esa altura suya la vida es más fácil. Mmm sí, su
señoría, entiendo, solo me defenderé. No me repita que debo apegarme a la ley.
Decía entonces que caminaba
hacía la bomba de la esquina, ¿la conoce? Bueno, la situación es que, por mi
rastro, me siguió mi perro Wofee sin pedirlo. Él es un buen chico… lo encontré
en la calle, siendo cachorro. Manchado por la indiferencia y rociado por la
ignorancia, con la hambruna en los poros. De ojos redondos y peludo, cuna de un
imperio de pulgas. Eh… oh sí, el juicio.
El asunto es que, ¡él me
siguió! A mi modo buscaba enrielarle la pista a mi mascota y así hacerle
comprender el retorno a casa pero no me obedeció, y les digo que es primera vez
que no me obedece. En fin, si vagaba por ahí no molestaría, me dije. Estaba
entre el pasto, revolcándose cual niño sin ataduras. Yo lo veía mientras me
peleaba con el cierre de mi polerón.
Normal hasta ahí. Lentas
pasaron las horas y todo porque mi jefe mi picaneaba con su mirada. Debo
aclarar: mi trabajo es hermoso ya que conozco gente siempre, creo que pocos
tenemos esa suerte y no lo digo porque mi jefe está allá atrás. Volviendo al
tema, un Ford era alimentado con combustible decente justo cuando vi algo que,
por lo bajo, me impresionó: Wofee desgarró el cartel de la panadería Krau, ¡la más
famosa de la ciudad! El conductor se fue y solo sentí el tiritar de mi mentón
porque, usted debe saber cuánto cuesta una demanda y cuánto es la paga de un
bombero.
Figúrese usted. Yo le
gritaba a Wofee para que dejara en paz a esas blandas hallullas, a ese bien
formado letrero, a ese “desde 1920 brindando tradición”. Yo, en la otra cuadra
y con la luz carretera ardiendo y quemándome con las bocinas de la enfermiza
vuelta de rutina, sin poder cruzar y teniendo la oportunidad de anotar y
aprender de tan anarquista animal, porque igual me caían mal todo en ese lugar.
En fin, enterré mis riendas para ver su nivel de rebeldía, dejando en mi puesto
al soplo de mi sombra como reemplazo. Al poco andar la emoción me hizo atorar… ¡el
can defecó en las manos del panadero del cartel! Brillante, pensé; pobre de mí,
suspiré.
Y el mapa en geografía se
quedó callado Todos bajaron la guardia, rieron, el presidente de la amasandería
salió y, y… acá estoy. Fue confuso Wofee, aunque sincero, y por cierto no le veo el escándalo aquí. La mejor democracia
ante mis ojos y, como en toda decisión de tutoría, pago las cuentas elevadas de
una libertad de expresión tan verdadera. Mi perro salió corriendo ante el asomo
de la policía, siendo fugitivo, con su nombre cuello. Alabé el gesto con
fuerza, hasta que me ustedes hicieron caer al fondo de este sillón, y ahora le
estoy hablando, juez de la moral y, al parecer, hombre sin hijos ni sentido del
humor.