Nació un día y nadie sabe
qué día. De hecho, él supo que lo parieron sin nombre. Siempre vagando y
aventurando por ahí y valiéndose de esa veta actoral tan suya, debutante cada
día, sabía cómo cortejar para conseguir lo que quería. De una infancia difícil,
criado por una anciana compasiva la cual lo encontró vertiendo su vergüenza en
la feria, apodado por ese entonces El Caseta. Una vez fallecida la dama,
cercano esto a sus dieciséis años de edad, su vida continuó sobre una tabla. Sin
identidad estaba y pudiendo ser cualquiera. Podía ser Julio y resolvía todo a
golpes o, en contrapeso, siendo Elías proyectaba bondad absoluta. En su camino
se encontró con una niña que lo bautizó Matías, al igual que su amor platónico
dentro de la televisión. “Es que tiene tus mismos ojos y tu mismo pelo”.
Cargando así este nuevo
rostro Matías fue formándose en solitario, bajo el cobijo de los laberintos de
una loma. Con su suerte pudo construir un refugio tal que ni la sociedad ni la
lluvia lo amenazaban. Era amigo de una biblioteca cercana, y ahí se encargaban
de darle comida y arroparlo. Los visitantes, al verlo, creían ver en él a una
de las tantas mitades de Cantinflas viviendo al lado de los libros, por su
histrionismo. Dada su compleja naturaleza nunca cayó mal entre los mirones de
las estanterías.
Increíble era su manera de
informarse y saber lo que circulaba. A su camino al cerro y por su notable
observación, se hacía una idea de las tendencias reinantes: de lo que consumían
los jóvenes o de la identidad sexual de los cuarentones, por ejemplo. Lo más
duro de su existencia debió ser el bañarse en la laguna helada cada mañana y el
frío de las madrugadas aunque, alguien de tal inteligencia salía a flote
constantemente, a pesar de estos inconvenientes.
Había más gente que vivía
en los montículos, hay que aclararlo. Pero lo maltrataban y lo herían por sus
largas estadías en la biblioteca, esta propiedad del municipio. Lo aislaban, lo
abandonaban y lo vestían miserable en todos los relatos. Tanta soledad en
alguien tan virtuoso, me pregunto ahora, sacando de contexto mi discurso…
Dormía en la mayoría de las
veces en una argolla de cemento, abandonaba por el yugo empresarial, en la cola
de la comuna. Tapando literalmente el sol con su gorrito, ya pasado un tiempo
la espalda le cobraba la curvatura de su descanso. Nunca le escuché quejarse y
eso hace que lo admire, tomando en cuenta y pensando más allá de su columna.
Esta tarde lo perdimos. A
tan talentoso joven, que se lo ha llevado la corriente, lo hemos perdido. Y
tengo la tristeza de saber que no lo conocí tanto pero, lo poco que vi, él
estuvo allí alimentándome con su andar positivo, mirando el vaso medio lleno.
Algo que sí supe les contaré: él era muy tímido. Y dejo repartido por muchas
paredes su vida y sus sentimientos, con firma pseudónima. Hallarlas fue un
regalo. Yo sabía que despegaría, sabía que dentro de él habitaba un artista. Solo
agregaré yo, como el jardinero al cual él buscó cariño y compasión: buen viaje Matías,
fue un gusto estrechar un día tu mano.