Donde el encuentro y la casualidad chocan, felices, para vivir un nuevo acontecer

Cuautla y el ajedrez.


Las órdenes decían que debía ir una plazoleta de faldón largo en las cercanías de Ignacio Allende, y calles más robustas por el sector, dejando más cálido el ambiente en Miacatlán. Dejando objetiva la promesa realizada un día por un empresario Cuautla, urbe afamada por su anchura delictual y su urbanismo patriota, también por su historia y legado, fue madurando y cambiando su aspecto, embelleciéndose así por bordes e interiores. La maqueta establecida cercana al riñón de la comunidad, para que extrañamente todos pudieran ver los avances, fue un caso único y dudoso ejemplar de belleza pulcra jamás antes visto por las curvas de un analítico México.

Los pasos de los médicos tractores, los cascos fotografiados por la prensa y el testimonio ocular de una ciudad afiebrada componían una parte de las campañas cívicas. Los taladros hablaban de lo complejo; las filas en el baño químico relataban lo extensa de la obra. ¿Quién podía negar las vitaminas que le inyectaba el economista, y de lo animado de su arquitectura? Quizá los animales expulsados de su hábitat pero de seguro estarían ocupados fichando nuevo domicilio.

Así creció Cuautla: cosiendo a su cuerpo lo útil para un respirar próspero. Y fue bajo esos árboles plantados donde la misma prensa retrató el fracaso de ese tan hermoso candidato. Yo podía leerle, entre las líneas de esa frente enojada, el deseo de invocar a Nerón y así convidarle fuego a su creación. Y no pudiendo hacer esto, claramente, los niños usaron sus millones donados para correr y reír al aire libre.

A los días, atraídos por la miel de la pasión, los ajedrecistas ocultos salieron de sus nichos y proyectaban maestría en la calle porque, entre la ampliación de éstas también se instalaron mesas de juego. A tal punto la fama de este grupo que, un día el fútbol de barrio se suspendió por un superclásico sobre el tablero.

De esas filas rozaban la perfección Andrés y Nicolás, iniciándose ambos por afición y más tarde luciendo placas de experiencia. Avanzaban temerarios y, en días de brisa contraria perdían encontrándose alegres y curiosos por su rival, siendo todo esto siempre antesala del historial de entrevistas que les realizaban los periodistas, sedientos de exclusivas ingeniosas. Estos jóvenes, los dos de lógica plana, peinados largos y delgadez preocupante, absorbían los aplausos e implantaban frescura en un deporte de estereotipo adulto. Lo que no sabía el público era que ellos escribían sus secretos por debajo de la mesa, una vez estando frente a frente.

Al roce de los alfiles, al peregrinar de peones, a la mirada de dos torres a través de la trinchera y al invisible sepulturero del rey. A la frialdad de la muerte, a la puntualidad de la batalla, a la gala en blanco y negro y a la inmóvil tensión. Más allá de todo el arte y su muestra, Andrés y Nicolás se amaban con el fervor ingenuo y dramático de un latir unísono.

Ellos sabían cómo alinear las fichas y actuar silentes. Desde sus baluartes se husmeaban en un coqueteo dinámico y sapiosexual. Andrés tenía una sonrisa brillante mientras que Nicolás unos ojos verdes muy dulces. Pasado sus tiempos en la escuela secundaria coincidían en la plazoleta, buscando entretención. Dejaban fluir sus estrategias, con elegancia desplazaban a su ejército, mostrando liderazgo y dominio. Eran guapos, símbolos de muchas fotografías y, tal vez por eso mismo, eran también esclavos de su piel: humanos que se acostaban con su hombría.

Pero las barreras cayeron hoy cuando un reportero grabó lo que no debía grabar, dejando a la verdad desnuda por completo ante los admiradores del escaque. Los nervios y los cristales gobernaron suavemente las mentes de los chicos, porque el ajedrez era real fuente de sabiduría. Tan sólido como esquivar el descanso eterno terminó siendo el fino cavilar de los muchachos. Ahora juntos, Nicolás enfila a los peones y Andrés, más empático, aconseja a la caballería. Comienza así una lucha épica por liberar a sus corazones de una decisión conservadora, con sus armas, deseos, ingenuidad, complicidad y amor a su favor.


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