Donde el encuentro y la casualidad chocan, felices, para vivir un nuevo acontecer

Campeón batallante.



Nació, comió, vivió, recordó, murió... y cuando creía que lo tuvo todo, le colgaron una leyenda y una huella.



















Hubo.


Hubo un tiempo donde las vitrinas de los paisajes se entrometían en mis movimientos, y todo era traspasado por mi curioso andar. Ahí el tiempo, con su derrame lucero, actuaba lapidario. En horarios de buena ventura, bienvenida la junta de la sopa con el pan, la manta y la radio a pila; bienvenida la junta del calor de la leña y, a su lado, la familia.

Hubo un tiempo donde yo era pequeño, al igual que la caleta, y caminaba por la orilla situada de los pescadores anclados dibujando pompas en la arena. Un palo varado en los débiles pavimentos, cuan compañero sujeto al clima, simulaba ser más que accesorio en medio de la actividad dial.

Hubo un tiempo donde la gente se dormía tarde y se levantaba temprano, sin una secuela por ello. Así y todo, las jornadas no eran largas y quizás se vivían de forma excitante. Los días completos, las conversaciones acabadas, el sabor del pasto y la greda, todo, con su toque singular de este lado del globo.

Hubo un tiempo donde el hospedado se quejaba de la precariedad pero agradecía la humildad. A través de dulces bizcochos, se sentían dueños temporales de una vida que siempre miraban en postales extrañas. Al final de la estancia ellos, hambrientos de paz, regresaban gustosos, casi desligándose de ser tildados forasteros.

Hubo un tiempo donde el colegio era un nido de resfriados. Cuando el invierno lloraba, y uno mojado, empapado de alma natura, estudiar costaba. Los sueños eran grandes, me acuerdo, más grandes que los picos de las montañas o del lago en las afueras de la nada.

Hubo un tiempo donde los recuerdos eran solicitados por mis hijos. A raíz de eso saltamos una vez a una lancha, con salvavidas en el cuerpo. Miraron, sonrieron, fuimos al restorán, para luego regresar prontamente a la otra vereda. Y en sus mentes se coloreaban las historias de un pasar.

Hubo un tiempo donde yo pensaba mucho, fraguando planes para llegar salvo a mi cama. Ahora en ella, y antes de doblegar mi espalda al colchón digo “pero también hubo un tiempo donde ese era mi lugar y a pesar de que soy feliz en la ciudad, no hay nada más placentero que los ojos clavar en la mar.”

La polera.


Dentro de una realidad común, se encontraba una niña vital a la cual no le gustaba limpiar los muebles. Caminaba y se los decía a todos, aunque suponía que solamente lo sabía cada persona que pasaba cerca suyo. No le gustaba, seguramente, porque esos trazados de dejado aseo eran minúsculos a sus ojos y no podía ver a la población de polvo que habitaba sobre las fronteras de la estantería.

Junto a su madre estaba ella un día, en el quehacer del hogar, mientras la mayor analizaba el desgano de la menor al poner en práctica la labor de aseo.

-      Antonia… al menos, imagina la vida que tenía esta polera antes de que se hubiera convertido en un paño.

A lo que la pequeña, con su mejor inventiva, respondió:

-      Mmm sí, tienes razón. Debe haberla disfrutado bien porque ¡mira cómo está ahora!

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