Nació, comió, vivió, recordó, murió... y cuando creía
que lo tuvo todo, le colgaron una leyenda y una huella.
☾ Donde el encuentro y la casualidad chocan, felices, para vivir un nuevo acontecer ☽
Hubo.
Hubo un tiempo donde las vitrinas de los paisajes se
entrometían en mis movimientos, y todo era traspasado por mi curioso andar. Ahí el
tiempo, con su derrame lucero, actuaba lapidario. En horarios de buena ventura, bienvenida la junta de la sopa con el pan, la manta y la radio a pila; bienvenida la junta del calor de la
leña y, a su lado, la familia.
Hubo un tiempo donde yo era pequeño, al igual que la
caleta, y caminaba por la orilla situada de los pescadores anclados dibujando
pompas en la arena. Un palo varado en los débiles pavimentos, cuan compañero
sujeto al clima, simulaba ser más que accesorio en medio de la actividad dial.
Hubo un tiempo donde la gente se dormía tarde y se
levantaba temprano, sin una secuela por ello. Así y todo, las jornadas no eran
largas y quizás se vivían de forma excitante. Los días completos, las
conversaciones acabadas, el sabor del pasto y la greda, todo, con su toque
singular de este lado del globo.
Hubo un tiempo donde el hospedado se quejaba de la precariedad
pero agradecía la humildad. A través de dulces bizcochos, se sentían dueños
temporales de una vida que siempre miraban en postales extrañas. Al final de la
estancia ellos, hambrientos de paz, regresaban gustosos, casi desligándose de
ser tildados forasteros.
Hubo un tiempo donde el colegio era un nido de
resfriados. Cuando el invierno lloraba, y uno mojado, empapado de alma natura, estudiar
costaba. Los sueños eran grandes, me acuerdo, más grandes que los picos de las
montañas o del lago en las afueras de la nada.
Hubo un tiempo donde los recuerdos eran solicitados por
mis hijos. A raíz de eso saltamos una vez a una lancha, con salvavidas en el
cuerpo. Miraron, sonrieron, fuimos al restorán, para luego regresar prontamente
a la otra vereda. Y en sus mentes se coloreaban las historias de un pasar.
Hubo un tiempo donde yo pensaba mucho, fraguando planes
para llegar salvo a mi cama. Ahora en ella, y antes de doblegar mi espalda al
colchón digo “pero también hubo un tiempo donde ese era mi lugar y a pesar de
que soy feliz en la ciudad, no hay nada más placentero que los ojos clavar en
la mar.”
La polera.
Dentro de una realidad común, se encontraba una niña vital
a la cual no le gustaba limpiar los muebles. Caminaba y se los decía a todos, aunque suponía que solamente lo sabía cada persona que pasaba cerca suyo. No le gustaba, seguramente, porque esos trazados de dejado aseo eran minúsculos a sus ojos y no podía ver a la población de polvo que habitaba
sobre las fronteras de la estantería.
Junto a su madre estaba ella un día, en
el quehacer del hogar, mientras la mayor analizaba el desgano de la menor al
poner en práctica la labor de aseo.
-
Antonia… al menos, imagina la vida que tenía
esta polera antes de que se hubiera convertido en un paño.
A lo que la pequeña, con su mejor inventiva, respondió:
-
Mmm sí, tienes razón. Debe haberla
disfrutado bien porque ¡mira cómo está ahora!
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